miércoles, 15 de abril de 2009

Pablo, el apasionado...

TESTIMONIO VOCACIONAL
Pablo, el apasionado
Luis Jiménez (Antena Misionera)

Pablo creció en Tarso, una ciudad de cultura griega, donde se daban cita las más diversas religiones. Fue educado en la filosofía griega y en la retórica. Conocía el griego, el hebreo y el latín. Ya de joven fue a Jerusalén para ser discípulo de Gamaliel y llegó a ser un celoso defensor de la Ley. Desde un punto de vista psicológico, se podría decir que Pablo tenía una estructura rígida. Necesitaba normas claras en las que pudiera sustentarse. Para él, que había crecido en una sociedad multicultural, estos principios firmes eran probablemente importantes para no hundirse en el relativismo. Pero entonces tropieza Pablo con el nuevo camino que propagaban los cristianos, sobre todo Esteban, que predicaba la libertad de la Ley. Estaba fascinado por la libertad que en Jesús había experimentado. Pablo persigue esta orientación hasta el derramamiento de sangre. Evidentemente, algo de esta enseñanza había tocado su corazón. De lo contrario no hubiera perseguido a la Iglesia primitiva con tanta vehemencia. Tiene lugar, sin embargo, el acontecimiento que transformaría completamente su vida.
Lucas narra la historia de la conversión de Pablo por tres veces. En estos términos describe el momento en que Saulo se vio envuelto ante Damasco en una luz resplandeciente: «Cayó a tierra y oyó una voz que decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hech 9,4). Cuando Saulo pregunta quién es aquel que le habla, le responde Jesús: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hech 9,5). Cuando Saulo se levanta y abre los ojos, «no veía nada» (Hech 9,8). Se había quedado ciego. Todo su plan de vida se vino abajo. Él cayó a tierra y se eclipsó su imagen de Dios, de sí mismo y de su vida entera y lo que antes había perseguido, ahora lo predica con pasión. Pasa a ser el apóstol de la libertad. El misterio de Dios se le ha desvelado en Jesucristo, que nos abre los ojos a la auténtica realidad.
Pero Pablo sigue siendo el de antes, incluso después de su conversión. Su temperamento apasionado, su parte respondona y agresiva, su estructura inflexible, marcan también al convertido. Sin embargo procede ahora de otra manera con su apasionamiento. No lo utiliza ya para destrozar la vida, sino para hacerla más agradable. Como antes había combatido apasionadamente contra los cristianos, ahora lo hace contra todos los que tergiversan el Evangelio
El descubrimiento de la libertad
Lo que Pablo percibió en el encuentro con Jesús fue que, gracias a Jesús, estamos ya justificados y que, consiguientemente, no tenemos que justificarnos con el cumplimiento de las normas. La cruz de Jesús fue para Pablo la contraindicación de sus normas religiosas y de su camino espiritual, según el cual él tenía que ganar el amor de Dios a base del cumplimiento escrupuloso de los mandamientos. En la cruz percibió la libertad que Jesús le había traído, la libertad de todos los esfuerzos convulsivos por una vida recta, la libertad de todo anhelo de reconocimiento y amor. La cruz es la experiencia de un amor incondicional. Dios nos acepta tal y como somos. Esto es lo que Pablo percibió en la cruz de Jesús. De ahí que luchara tan apasionadamente por esta idea. Ella había cambiado su vida. Le había liberado de su empecinamiento, de su miedo a no ser lo suficientemente bueno.
Y Pablo se pone en camino. Se calcula que hizo unos 16.000 kilómetros a pie y en barco, fue arrestado en bastantes ocasiones o fue expulsado. Los viajes fueron incontables; con peligros de todo tipo (ver 2Cor 11,23-26).
Pablo es el típico misionero que, impulsado por una gran conciencia de misión, recorre todo el mundo entonces conocido y se expone a los más variados peligros. Misioneros son los que se sienten enviados y despliegan una gran fuerza de persuasión para convencer a los demás del mensaje que transmiten. Déjate llevar de esta fuerza que impregne toda tu vida. No repares en dificultades ante el cumplimiento de tu misión. No estás aquí solamente para sentirte a gusto y para examinar una y otra vez tus propios sentimientos, observando si van de acuerdo contigo mismo.
La misión desde la debilidad
El arquetipo del misionero nos quiere mostrar esto: tú tienes con tu vida una misión. No has de avasallar a los demás con un mensaje. Tu misión no consiste sólo en emitir palabras con las que puedas convencer a los demás. Si vives tu misión, tu vida será fecunda. Te sentirás vivo, porque de ti brota la vida y la vida merece la pena vivirla sólo cuando fluye, cuando se comunica y se contagia.
Pablo llevó a cabo su misión con su propia persona, con todos los rasgos tan poco atractivos físicamente, pues era bajito y enfermizo y se mostró tal como era, con su enfermedad y con sus defectos físicos, pero Pabló transformó sus debilidades corporales en fuerza espiritual. Irradiaba tal fuerza y pasión que difícilmente podía uno sustraerse a ellas.
Esto es lo que significa realmente ser cristiano y misionero. No la realización de un ideal cualquiera, sino la aceptación, con todo lo que soy y con todo lo que Dios me ha dado. Cuando yo llego al límite, Dios me tiende su mano. Él es la fuente. No he de concebir a Dios de manera raquítica y tampoco he de subestimarme a mí mismo. Conozco mis debilidades y limitaciones.
Desde el amor que nos hace libres
Pablo nos ofrece una posibilidad de identificación que no corresponde al ideal actual de muchos. No se trata de estar físicamente sano y vigoroso. Hoy se cultiva exageradamente el culto al cuerpo. Piensa que un hombre aparentemente endeble desplegó más energía que muchos sanos y robustos.
Pablo luchó por la libertad que Cristo nos trajo. Amó a su comunidad y amó a Cristo, no era un hombre a medias, sino que, siendo como era, luchó por los hombres y porque los amaba, porque quería anunciarles el mensaje que lleva a la verdadera vida y a la verdadera libertad, se entregó a ellos con toda su pasión. Por eso es un prototipo, un paradigma de la misión que todos estamos llamados a realizar para construir un mundo mejor.

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