jueves, 16 de abril de 2009

XVI JORNADA MUNDIAL DE ORACION POR LAS VOCACIONES

MENSAJE DEL PAPA


PARA LA XVI JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES.
3 DE MAYO DE 2009 – IV DOMINGO DE PASCUA





Tema: « La confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana»

Venerados Hermanos en el Episcopado y en el Sacerdocio,Queridos hermanos y hermanas
Con ocasión de la próxima Jornada Mundial de oración por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, que se celebrará el 3 de mayo de 2009, Cuarto Domingo de Pascua, me es grato invitar a todo el pueblo de Dios a reflexionar sobre el tema: La confianza en la iniciativa de Dios y la respuesta humana. Resuena constantemente en la Iglesia la exhortación de Jesús a sus discípulos: «Rogad al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies» (Mt 9, 38). ¡Rogad! La apremiante invitación del Señor subraya cómo la oración por las vocaciones ha de ser ininterrumpida y confiada. De hecho, la comunidad cristiana, sólo si efectivamente está animada por la oración, puede «tener mayor fe y esperanza en la iniciativa divina» (Exhort. ap. postsinodal Sacramentum caritatis, 26).
La vocación al sacerdocio y a la vida consagrada constituye un especial don divino, que se sitúa en el amplio proyecto de amor y de salvación que Dios tiene para cada hombre y la humanidad entera. El apóstol Pablo, al que recordamos especialmente durante este Año Paulino en el segundo milenio de su nacimiento, escribiendo a los efesios afirma: «Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, nos ha bendecido en la persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor» (Ef 1, 3-4). En la llamada universal a la santidad destaca la peculiar iniciativa de Dios, escogiendo a algunos para que sigan más de cerca a su Hijo Jesucristo, y sean sus ministros y testigos privilegiados. El divino Maestro llamó personalmente a los Apóstoles «para que lo acompañaran y para enviarlos a predicar, con poder para expulsar demonios» (Mc 3,14-15); ellos, a su vez, se asociaron con otros discípulos, fieles colaboradores en el ministerio misionero. Y así, respondiendo a la llamada del Señor y dóciles a la acción del Espíritu Santo, una multitud innumerable de presbíteros y de personas consagradas, a lo largo de los siglos, se ha entregado completamente en la Iglesia al servicio del Evangelio. Damos gracias al Señor porque también hoy sigue llamando a obreros para su viña. Aunque es verdad que en algunas regiones de la tierra se registra una escasez preocupante de presbíteros, y que dificultades y obstáculos acompañan el camino de la Iglesia, nos sostiene la certeza inquebrantable de que el Señor, que libremente escoge e invita a su seguimiento a personas de todas las culturas y de todas las edades, según los designios inescrutables de su amor misericordioso, la guía firmemente por los senderos del tiempo hacia el cumplimiento definitivo del Reino.
Nuestro primer deber ha de ser por tanto mantener viva, con oración incesante, esa invocación de la iniciativa divina en las familias y en las parroquias, en los movimientos y en las asociaciones entregadas al apostolado, en las comunidades religiosas y en todas las estructuras de la vida diocesana. Tenemos que rezar para que en todo el pueblo cristiano crezca la confianza en Dios, convencido de que el «dueño de la mies» no deja de pedir a algunos que entreguen libremente su existencia para colaborar más estrechamente con Él en la obra de la salvación. Y por parte de cuantos están llamados, se requiere escucha atenta y prudente discernimiento, adhesión generosa y dócil al designio divino, profundización seria en lo que es propio de la vocación sacerdotal y religiosa para corresponder a ella de manera responsable y convencida. El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda oportunamente que la iniciativa libre de Dios requiere la respuesta libre del hombre. Una respuesta positiva que presupone siempre la aceptación y la participación en el proyecto que Dios tiene sobre cada uno; una respuesta que acoja la iniciativa amorosa del Señor y llegue a ser para todo el que es llamado una exigencia moral vinculante, una ofrenda agradecida a Dios y una total cooperación en el plan que Él persigue en la historia (cf. n. 2062).
Contemplando el misterio eucarístico, que expresa de manera sublime el don que libremente ha hecho el Padre en la Persona del Hijo Unigénito para la salvación de los hombres, y la plena y dócil disponibilidad de Cristo hasta beber plenamente el «cáliz» de la voluntad de Dios (cf. Mt 26, 39), comprendemos mejor cómo «la confianza en la iniciativa de Dios» modela y da valor a la «respuesta humana». En la Eucaristía, don perfecto que realiza el proyecto de amor para la redención del mundo, Jesús se inmola libremente para la salvación de la humanidad. «La Iglesia –escribió mi amado predecesor Juan Pablo II– ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en su santa humanidad y, además, de su obra de salvación» (Enc. Ecclesia de Eucharistia, 11).
Los presbíteros, que precisamente en Cristo eucarístico pueden contemplar el modelo eximio de un «diálogo vocacional» entre la libre iniciativa del Padre y la respuesta confiada de Cristo, están destinados a perpetuar ese misterio salvífico a lo largo de los siglos, hasta el retorno glorioso del Señor. En la celebración eucarística es el mismo Cristo el que actúa en quienes Él ha escogido como ministros suyos; los sostiene para que su respuesta se desarrolle en una dimensión de confianza y de gratitud que despeje todos los temores, incluso cuando aparece más fuerte la experiencia de la propia flaqueza (cf. Rm 8, 26-30), o se hace más duro el contexto de incomprensión o incluso de persecución (cf. Rm 8, 35-39).
El convencimiento de estar salvados por el amor de Cristo, que cada Santa Misa alimenta a los creyentes y especialmente a los sacerdotes, no puede dejar de suscitar en ellos un confiado abandono en Cristo que ha dado la vida por nosotros. Por tanto, creer en el Señor y aceptar su don, comporta fiarse de Él con agradecimiento adhiriéndose a su proyecto salvífico. Si esto sucede, «la persona llamada» lo abandona todo gustosamente y acude a la escuela del divino Maestro; comienza entonces un fecundo diálogo entre Dios y el hombre, un misterioso encuentro entre el amor del Señor que llama y la libertad del hombre que le responde en el amor, sintiendo resonar en su alma las palabras de Jesús: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure» (Jn 15, 16).
Ese engarce de amor entre la iniciativa divina y la respuesta humana se presenta también, de manera admirable, en la vocación a la vida consagrada. El Concilio Vaticano II recuerda: «Los consejos evangélicos de castidad consagrada a Dios, pobreza y obediencia tienen su fundamento en las palabras y el ejemplo del Señor. Recomendados por los Apóstoles, por los Padres de la Iglesia, los doctores y pastores, son un don de Dios, que la Iglesia recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre» (Lumen gentium, 43). Una vez más, Jesús es el modelo ejemplar de adhesión total y confiada a la voluntad del Padre, al que toda persona consagrada ha de mirar. Atraídos por Él, desde los primeros siglos del cristianismo, muchos hombres y mujeres han abandonado familia, posesiones, riquezas materiales y todo lo que es humanamente deseable, para seguir generosamente a Cristo y vivir sin ataduras su Evangelio, que se ha convertido para ellos en escuela de santidad radical. Todavía hoy muchos avanzan por ese mismo camino exigente de perfección evangélica, y realizan su vocación con la profesión de los consejos evangélicos. El testimonio de esos hermanos y hermanas nuestros, tanto en monasterios de vida contemplativa como en los institutos y congregaciones de vida apostólica, le recuerda al pueblo de Dios «el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero que espera su plena realización en el cielo» (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Vita consecrata, 1).
¿Quién puede considerarse digno de acceder al ministerio sacerdotal? ¿Quién puede abrazar la vida consagrada contando sólo con sus fuerzas humanas? Una vez más conviene recordar que la respuesta del hombre a la llamada divina, cuando se tiene conciencia de que es Dios quien toma la iniciativa y a Él le corresponde llevar a término su proyecto de salvación, nunca se parece al cálculo miedoso del siervo perezoso que por temor esconde el talento recibido en la tierra (cf. Mt 25, 14-30), sino que se manifiesta en una rápida adhesión a la invitación del Señor, como hizo Pedro, que no dudó en echar nuevamente las redes pese a haber estado toda la noche faenando sin pescar nada, confiando en su palabra (cf. Lc 5, 5). Sin abdicar en ningún momento de la responsabi-lidad personal, la respuesta libre del hombre a Dios se transforma así en «corresponsabilidad», en responsabilidad en y con Cristo, en virtud de la acción de su Espíritu Santo; se convierte en comunión con quien nos hace capaces de dar fruto abundante (cf. Jn 15, 5).
Emblemática respuesta humana, llena de confianza en la iniciativa de Dios, es el «Amén» generoso y total de la Virgen de Nazaret, pronunciado con humilde y decidida adhesión a los designios del Altísimo, que le fueron comunicados por un mensajero celestial (cf. Lc 1, 38). Su «sí» inmediato le permitió convertirse en la Madre de Dios, la Madre de nuestro Salvador. María, después de aquel primer «fiat», que tantas otras veces tuvo que repetir, hasta el momento culminante de la crucifixión de Jesús, cuando «estaba junto a la cruz», como señala el evangelista Juan, siendo copartícipe del dolor atroz de su Hijo inocente. Y precisamente desde la cruz, Jesús moribundo nos la dio como Madre y a Ella fuimos confiados como hijos (cf. Jn 19, 26-27), Madre especialmente de los sacerdotes y de las personas consagradas. Quisiera encomendar a Ella a cuantos descubren la llamada de Dios para encaminarse por la senda del sacerdocio ministerial o de la vida consagrada.
Queridos amigos, no os desaniméis ante las dificultades y las dudas; confiad en Dios y seguid fielmente a Jesús y seréis los testigos de la alegría que brota de la unión íntima con Él. A imitación de la Virgen María, a la que llaman dichosa todas las generaciones porque ha creído (cf. Lc 1, 48), esforzaos con toda energía espiritual en llevar a cabo el proyecto salvífico del Padre celestial, cultivando en vuestro corazón, como Ella, la capacidad de asombro y de adoración a quien tiene el poder de hacer «grandes cosas» porque su Nombre es santo (Cf. Lc 1, 49).



Vaticano, 20 de enero de 2009


© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana


El privilegio de dar...

Una canción interesante
para trabajar con los jóvenes...
¡Un abrazo fraterno y Pascual !

miércoles, 15 de abril de 2009

Pablo, el apasionado...

TESTIMONIO VOCACIONAL
Pablo, el apasionado
Luis Jiménez (Antena Misionera)

Pablo creció en Tarso, una ciudad de cultura griega, donde se daban cita las más diversas religiones. Fue educado en la filosofía griega y en la retórica. Conocía el griego, el hebreo y el latín. Ya de joven fue a Jerusalén para ser discípulo de Gamaliel y llegó a ser un celoso defensor de la Ley. Desde un punto de vista psicológico, se podría decir que Pablo tenía una estructura rígida. Necesitaba normas claras en las que pudiera sustentarse. Para él, que había crecido en una sociedad multicultural, estos principios firmes eran probablemente importantes para no hundirse en el relativismo. Pero entonces tropieza Pablo con el nuevo camino que propagaban los cristianos, sobre todo Esteban, que predicaba la libertad de la Ley. Estaba fascinado por la libertad que en Jesús había experimentado. Pablo persigue esta orientación hasta el derramamiento de sangre. Evidentemente, algo de esta enseñanza había tocado su corazón. De lo contrario no hubiera perseguido a la Iglesia primitiva con tanta vehemencia. Tiene lugar, sin embargo, el acontecimiento que transformaría completamente su vida.
Lucas narra la historia de la conversión de Pablo por tres veces. En estos términos describe el momento en que Saulo se vio envuelto ante Damasco en una luz resplandeciente: «Cayó a tierra y oyó una voz que decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hech 9,4). Cuando Saulo pregunta quién es aquel que le habla, le responde Jesús: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues» (Hech 9,5). Cuando Saulo se levanta y abre los ojos, «no veía nada» (Hech 9,8). Se había quedado ciego. Todo su plan de vida se vino abajo. Él cayó a tierra y se eclipsó su imagen de Dios, de sí mismo y de su vida entera y lo que antes había perseguido, ahora lo predica con pasión. Pasa a ser el apóstol de la libertad. El misterio de Dios se le ha desvelado en Jesucristo, que nos abre los ojos a la auténtica realidad.
Pero Pablo sigue siendo el de antes, incluso después de su conversión. Su temperamento apasionado, su parte respondona y agresiva, su estructura inflexible, marcan también al convertido. Sin embargo procede ahora de otra manera con su apasionamiento. No lo utiliza ya para destrozar la vida, sino para hacerla más agradable. Como antes había combatido apasionadamente contra los cristianos, ahora lo hace contra todos los que tergiversan el Evangelio
El descubrimiento de la libertad
Lo que Pablo percibió en el encuentro con Jesús fue que, gracias a Jesús, estamos ya justificados y que, consiguientemente, no tenemos que justificarnos con el cumplimiento de las normas. La cruz de Jesús fue para Pablo la contraindicación de sus normas religiosas y de su camino espiritual, según el cual él tenía que ganar el amor de Dios a base del cumplimiento escrupuloso de los mandamientos. En la cruz percibió la libertad que Jesús le había traído, la libertad de todos los esfuerzos convulsivos por una vida recta, la libertad de todo anhelo de reconocimiento y amor. La cruz es la experiencia de un amor incondicional. Dios nos acepta tal y como somos. Esto es lo que Pablo percibió en la cruz de Jesús. De ahí que luchara tan apasionadamente por esta idea. Ella había cambiado su vida. Le había liberado de su empecinamiento, de su miedo a no ser lo suficientemente bueno.
Y Pablo se pone en camino. Se calcula que hizo unos 16.000 kilómetros a pie y en barco, fue arrestado en bastantes ocasiones o fue expulsado. Los viajes fueron incontables; con peligros de todo tipo (ver 2Cor 11,23-26).
Pablo es el típico misionero que, impulsado por una gran conciencia de misión, recorre todo el mundo entonces conocido y se expone a los más variados peligros. Misioneros son los que se sienten enviados y despliegan una gran fuerza de persuasión para convencer a los demás del mensaje que transmiten. Déjate llevar de esta fuerza que impregne toda tu vida. No repares en dificultades ante el cumplimiento de tu misión. No estás aquí solamente para sentirte a gusto y para examinar una y otra vez tus propios sentimientos, observando si van de acuerdo contigo mismo.
La misión desde la debilidad
El arquetipo del misionero nos quiere mostrar esto: tú tienes con tu vida una misión. No has de avasallar a los demás con un mensaje. Tu misión no consiste sólo en emitir palabras con las que puedas convencer a los demás. Si vives tu misión, tu vida será fecunda. Te sentirás vivo, porque de ti brota la vida y la vida merece la pena vivirla sólo cuando fluye, cuando se comunica y se contagia.
Pablo llevó a cabo su misión con su propia persona, con todos los rasgos tan poco atractivos físicamente, pues era bajito y enfermizo y se mostró tal como era, con su enfermedad y con sus defectos físicos, pero Pabló transformó sus debilidades corporales en fuerza espiritual. Irradiaba tal fuerza y pasión que difícilmente podía uno sustraerse a ellas.
Esto es lo que significa realmente ser cristiano y misionero. No la realización de un ideal cualquiera, sino la aceptación, con todo lo que soy y con todo lo que Dios me ha dado. Cuando yo llego al límite, Dios me tiende su mano. Él es la fuente. No he de concebir a Dios de manera raquítica y tampoco he de subestimarme a mí mismo. Conozco mis debilidades y limitaciones.
Desde el amor que nos hace libres
Pablo nos ofrece una posibilidad de identificación que no corresponde al ideal actual de muchos. No se trata de estar físicamente sano y vigoroso. Hoy se cultiva exageradamente el culto al cuerpo. Piensa que un hombre aparentemente endeble desplegó más energía que muchos sanos y robustos.
Pablo luchó por la libertad que Cristo nos trajo. Amó a su comunidad y amó a Cristo, no era un hombre a medias, sino que, siendo como era, luchó por los hombres y porque los amaba, porque quería anunciarles el mensaje que lleva a la verdadera vida y a la verdadera libertad, se entregó a ellos con toda su pasión. Por eso es un prototipo, un paradigma de la misión que todos estamos llamados a realizar para construir un mundo mejor.

lunes, 6 de abril de 2009

ENTREVISTA VOCACIONAL ABRIL 2009

Ya está disponible en la sección de entrevistas teatinas

la correspondiente al mes de ABRIL.

Esta vez entrevistamos al R.P. RICARDO ANTONIO SOLÁ, C.R.

Secretario provincial y Formador de la Provincia Argentina

¡Un lujo poder compartir la hondura de una vocación teatina!

Que la disfruten

P. Ricardo Solá. C.R. ( der.) junto al P. Mariano Salvador, C.R.

MAS RECURSOS PARA LA PASTORAL JUVENIL Y VOCACIONAL


En esta Semana Santa,

compartimos con los lectores de PROVOKANDO

un link muy interesante de MISION JOVEN ( Madrid )

Esperamos que sea de utilidad


La Comisión




CANAL DEL VATICANO